lunes, 8 de noviembre de 2010

Adios a Ariza...

Adios a Ariza
por Abel González Canalejo

El pasado 1 de Octubre se nos fue este Ariza que ya era "el Viejo", como lo fuera su abuelo cuando él aún era joven y tres sagas de capataces constituian la santisima Trinidad del martillo sevillano: los Ariza, los Franco y los Bejarano.

Los Franco se diluyeron con el tiempo, y los Bejarano -fuera ya de la Gran Semana, aún se mantienen al martillo de la Virgen de los Reyes buscando la centuria. Pero sin dudad la estirpe que al final ha perdurado es la de este Rafael Ariza que nos acaba de dejar. Los saben bien en la Hiniesta, San Esteban, la O y la Soledad de San Lorenzo. Lo sabe bien su hermano Pepe, quien en adelante será "el Viejo" y lo saben bien los jóvenes de la casa: Ramón, Pedro, Rafael y Toni.

Estos jóvenes han heredado el precioso tesoro de un oficio convertido en arte, de una profesión que sus antepasados directos transmutaron en mágico y venerado sacerdocio, durante aquello años en que Rafael aún era joven y a las órdenes de su abuelo -Ariza"el Viejo"- los gallegos se ganaban su soldada chicotá a chicotá: Aquel hombre de antaño, en realidad, no era nadie. ( "...Todo el año su cesta del almuerzo y la bicicleta que le llevaba al tajo..."). No era siquiera un hombre robusto: bajito, enjuto, parecía bailar siempre dentro de la ropa siempre gris y holgada.

Tenia las palmas abiertas y los dedos cortos, modeladas las manos por los años de faena. Cuando sonreía las arrugas de los ojos delataban las horas de trabajo al sol, y su boca desdentada chivateaba que aquel hombre había conocido el hambre. Pero aquel hombre tenía la voluntad dura, curtida por el sufrimiento cotidiano de la España de la Posguerra.

Por eso, cuando caía el faldón en la zambrana, cuando la voz de Ariza -amortiguada- paseaba órdenes por las trabajaderas, cuando quedaban fuera el oro y el oropel, los brillos y el tumulto y dentro sólo la sombra y el sudor, aquel hombre apretaba el cuello contra el palo y se ganaba su prima chicotá a chicotá. Por que aquel hombre era "gallego" o "pagao", galeote en esa santa galera que le pagaba sobresueldo a cada golpe de remo...levantá a levantá.

Pero aquel hombre -que sabía que no era nadie- una semana al año se sabia puntal de esa maravilla. Tan importante que Dios mismo caminaba con sus pues. Quién sabe si llegado el caso hubiese llevado el paso de balde...

Hoy -cuatro generaciones de Arizas después- no hemos cambiado tanto: El costalero sigue tirando del remo y ganándose un salario que no tiene precio en dinero. Hay cosas que no cambian a pesar del tiempo transcurrido. Y el tiempo aquí, en el "mundo de abajo", se mide ya de generación en generación...de Ariza en Ariza.




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